Rosalía siempre (2005)
Descubrí los poemas de Rosalía cuando apenas tenía diecisiete años: estaba estudiando en Valladolid y allí en Castilla sentí por primera vez el apego a la tierra, la nostalgia del aire y el campo de mi Bierzo natal. A través de sus versos volvía a respirar los airiños, aires... Y fue aquella emoción lo que me llevó al canto. Casi sin darme cuenta comencé a oír dentro de mí la música de aquellos versos y a cantarlos. Era como abrir el pecho y desahogarse. Ni siquiera pretendía entonces hacer una canción: simplemente iba susurrando los versos y, al dictado de su ritmo y de su acento, me dejaba llevar, entonándolos. Como el viento. Con el viento. Con la oración de la tierra. Así nacieron las primeras canciones: Cómo chove miudiño, Un repoludo gaiteiro, Aló nas tardes serenas y Pra Habana. Sí, Pra Habana es también de aquella época, pues recuerdo que en el verano del 69 acudí al Festival de la Juventud en Alar del Rey y la canté, acompañándome con una guitarra que alguien me prestó. Ante mi sorpresa, pues no lo esperaba, la verdad, me dieron el primer premio: la Galleta de Oro y unos dineros con los que enseguida compré mi primera guitarra. La llave del otoño que me llevó a París. Allí continué leyendo y rondando a Rosalía, al margen de otros estudios y quereres. En Follas Novas encontré poemas más intimistas en los que Rosalía se expresaba como poeta romántica, sin más precisión geográfica; poemas impregnados, me parecía a mí, de un dolor existencial, sobre todo en su último libro, En las orillas del Sar. El estudio y la afición de aquellos años dieron como fruto un disco grabado en 1975. Desde entonces no he dejado de cantar a Rosalía. Su repertorio me acompaña siempre, y raro es el concierto en que no cante alguna canción suya. Este disco contiene una renovada interpretación de aquellas primeras canciones y de otras que compuse posteriormente.
Quiero decir algo ahora acerca del acompañamiento musical que aparece en esta edición: la guitarra y el violonchelo han sido siempre los instrumentos preferidos para arropar mi canto. Así grabé aquel primer disco dedicado a Rosalía, en el 75. Sin más. En esta ocasión he contado con dos buenos amigos y violonchelistas, compañeros de muchos años y escenarios: Mariana Cores y Rafael Domínguez. También está, cómo no, otro viejo amigo, Cuco Pérez, tocando el acordeón. A Cuco le conocí cuando vivía yo en su ciudad, Segovia, allá por el año 77. Ya en 1980 participó en el disco Lelia Doura, dedicado a las Cantigas de amor y de amigo de los primeros trovadores galaico-portugueses. Desde entonces sigue siendo un cómplice habitual en mis discos y conciertos. Completa este núcleo instrumental el violinista Juan Luis Gallego, que tantas veces me ha acompañado también en el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Quise invitar además a otros músicos y cantores para subrayar el carácter particular de algunos poemas. De este modo, aun conservando el sonido natural y propio de nuestros conciertos en directo, la presencia de estos artistas invitados añade una riqueza coral al disco. Me siento afortunado por cantar con ellos: Nani García es pianista, compositor y productor, tiene su propio grupo de jazz y es el autor del arreglo de la canción que abre el disco, ¿Quén non xime?. Os Rosales es un grupo familiar de músicos populares de los que suelen animar las romerías tradicionales; así los descubrí, llamándome la atención por su desparpajo; me pareció que eran la compañía adecuada para adornar las golferías amorosas de Un repoludo gaiteiro. Otro tanto puedo decir del grupo de Pandereteiras de Baio: qué repiqueteo delicioso de panderetas y qué frescura de voces en aquellas tardes serenas… A Uxía la conocí hace años cuando era la voz del grupo de música folk Na Lúa; ella es la voz femenina más emotiva y arraigada de Galicia; aquí presta su voz a una joven campesina que revive las fantasías de la lechera del cuento, mientras su compañero, con los zuecos en la tierra, con cierta retranca, le aconseja una húmeda paciencia: Vamos bebendo.
Recupero finalmente tres temas grabados con la Orquesta Real Filharmonía de Galicia: en A xusticia pola man, Nuria Espert subraya con su voz el drama de la mujer que se toma la justicia por su mano, después de ser maltratada y vejada por aquellos que tienen fama de honrados en la villa; Ginesa Ortega ahonda con su desgarro flamenco la desesperanza y la desolación de Rosalía, en su ocaso vital, en las orillas del río Sar. Y la canción que cierra el disco es una recreación sinfónica de la balada Negra sombra, que compuso Juan Montes (1840–1899) y que forma parte ya del folclore gallego.
Todo regresa a su origen. La poesía es como un mar que le devuelve a los ríos su antigua memoria. El agua de lo que vivirá para siempre, Rosalía.
Amancio Prada