Rosalía de Castro (1975)
Campanas de Bastabales
Este disco lo grabé en marzo de 1975, en los estudios Kirios de Madrid, acompañado al violoncelo por Eduardo Gattinoni. La grabación no duró más de dos o tres sesiones. Un año antes, y en mi primer disco, grabado en París, Vida e Morte, ya había incluido dos canciones con letra de Rosalía: Cómo chove miudiño y Un repoludo gaiteiro. Fueron éstas las dos primeras que compuse, cuando estaba estudiando en Valladolid, en 1968. Tenía entonces diecinueve años, cuando conocí de verdad la obra poética de Rosalía de Castro: viviendo en Castilla, sentí por primera vez la nostalgia de la tierra, el extrañamiento del aire, airiños aires… a través de sus versos. Casi sin darme cuenta, empecé a oír dentro de mí la música de aquellos versos y a cantarlos. Era como abrir el pecho y desahogarse. Ni siquiera pretendía entonces componer una canción: simplemente cantaba lo que oía cuando el viento me llevaba lejos y me olvidaba de mí mismo. En el verano del 69, me invitaron a participar en el “Festival de la Juventud” de Alar del Rey (Palencia), y canté Pra Habana, acompañándome con una guitarra que me habían dejado. Ante mi sorpresa, me dieron el primer premio. Y unos dineros con los que me compré mi primera guitarra. Me fui a París. Tenía veinte años. Allí continué leyendo y rondando a Rosalía, al margen de otros estudios y quereres… y concebí la idea de reunir material suficiente para dedicarle un disco monográfico. En Follas Novas encontré otros poemas en los que Rosalía, al margen de su condición de gallega, se expresaba como un poeta romántico, sin más ni mayor precisión geográfica; poemas íntimos, impregnados también, me parecía a mí, de cierto aire existencialista, sobre todo en su último libro, En las orillas del Sar.
Rosalía de Castro es uno de los raros poetas que ha tenido la suerte de trascenderse a sí mismo, “anque en verdade, ¿qué lle pasará a ún que non sea como se pasase en todol-os demáis?”: el pueblo, la gente ha hecho suya su poesía, de igual modo que Rosalía, a su vez, había hecho suyos versos de coplas populares, tomándolos como motivo de inspiración y punto de partida. Un proceso de influencia recíproca, semejante al que, hasta hace poco tiempo, determinaba la música y la canción popular, anónima… Ya me gustaría que algo parecido sucediera con alguna de estas canciones: que las cantara la gente, sin saber ni acordarse de quién las cantó primero. Pero esta gracia sólo la suerte y el azar la concede. Como ocurrió aquel día en que un grupo de amigos, estudiantes y profesores de la Universidad de Vigo, fuimos a la isla de San Simón a rendir homenaje al trovador Mendiño: cuando empecé a cantar Adiós ríos, adiós fontes y todos se pusieron a cantar conmigo se produjo una emoción inolvidable… Sentí que, afortunadamente, aquella canción ya no me pertenecía.
Diez años más tarde, incluí en el disco Dulce vino de olvido una versión de la famosa Negra sombra y, más recientemente, en Trovadores, Místicos y Románticos (1990), mi última composición rosaliana, Mayo longo.
Puede que algún día me decida a grabar de nuevo todas ellas y alguna más, porque en la obra de Rosalía de Castro siento que quedan, todavía, muchas canciones dormidas esperando la mano de nieve… Dios lo quiera.
Amancio Prada, 1994