RESONANCIAS002

Pra Habana

Resonancia: Aumento de amplitude que experimenta un sistema físico en vibración cando recibe impulsos de igual frecuencia ca a súa ou múltiplos dela. (Real Academia Galega)

Cada uno de los sonidos elementales que acompañan al principal en una nota musical y comunican timbre particular a cada voz o instrumento. (Real Academia Española)

Resonancias de Rosalía de Castro. Este album que tienes en las manos renueva y da cobijo, bajo un arco abierto hace más de cuarenta años, a todas las canciones que he compuesto sobre poemas de Rosalía escogidos de sus tres libros esenciales: Cantares Gallegos, Follas Novas y En las Orillas del Sar.

Empecé a leer a Rosalía cuando apenas tenía diecisiete años. Había llegado a Valladolid para estudiar “Dirección de empresas agrarias”. Allí viví tres años, y allí, en Castilla, sentí por primera vez la nostalgia de la tierra. Extrañaba el paisaje y el aire de mi Bierzo natal. Los versos de Rosalía me hacían revivir os airiños aires. Me emocionaban. Y aquella emoción, su resonancia, me llevó al canto. Casi sin querer, empecé a oír dentro de mí la música de su poesía y a cantarla. Ni siquiera pretendía entonces hacer una canción: simplemente iba diciendo los versos, susurrándolos, y al dictado de su sentido brotaba la cadencia, su entonación, semellando leve gasa que sotil o vento move… Con el viento. Como el viento la oración de la tierra. Así nacieron  las primeras canciones: Cómo chove miudiño, Un repoludo gaiteiro y Pra A Habana.

En el verano del 69 volví a coger el tren en Ponferrada para ir a Valladolid a por el certificado académico que me permitiría matricularme en la Sorbona para estudiar Sociología. Fue durante el viaje cuando me enteré de que se iba a celebrar un festival de cantautores en Alar del Rey, provincia de Palencia, el “Festival de la Juventud”. Qué cosas, durante mis años de bachiller en el Bierzo había sido vocalista de una orquesta de pueblo que también se llamaba juventud, “Orquesta Juventud”. Todo era joven. Así que, aunque no llevaba conmigo la media guitarra que por entonces tenía, decidí presentarme en Alar. Malo será – pensé – que alguno de los participantes no me deje la suya. Me apeé en Valladolid, recogí los papeles académicos  y dando vueltas por la ciudad, para hacer tiempo, me paré delante de una tienda de música, cerca de la Plaza Mayor. En el escaparate había expuesta una guitarra que me llamó la atención. Era una guitarra dorada, flamenca, e inalcanzable: costaba diez mil pesetas. Seguí caminando hacia la estación y me subí al tren de Alar del Rey. Alar era un pueblo cereal, también dorado. Los jóvenes concursantes seríamos diez o doce; más un artista invitado, Patxi Andión, estrella ascendente, recién llegado de Paris. Era verano y en aquel pueblo se respiraba un clima cordial, entusiasta y bullicioso. Comenzó el festival. Cuando llegó mi turno, alguien, en efecto, me dejó su guitarra. Alguien que muchos años después me saludaría en la emisora de RNE en Valladolid, donde era técnico de sonido. Fui yo quien te prestó la guitarra – me dijo –, me llamo Oscar Cuervo. Le di las gracias y un abrazo. Y canté Pra A Habana, un poema largo sobre la esforzada emigración de los gallegos contemporáneos de Rosalía, y tan actual como entonces, cuando eran tantos los españoles que emigraban a Francia, a Suiza o a Alemania… Pra A Habana no es una canción facil; no sé por qué decidí cantar precisamente ésa, cuando tenía otras más alegres y con estribillo pegadizo, como Un repoludo gaiteiro o Cómo chove miudiño. Supongo que la escogí porque la acababa de componer, uno tiene siempre predilección por el pan recién sacado del horno. Y bueno, ante mi sorpresa, me dieron el primer premio: ¡la Galleta de Oro! ¡Y diez mil pesetas! Volví pitando a Valladolid a por la sonanta. Aquella guitarra fue la llave que me abrió las puertas de mi primer otoño en París. Tenía veinte años. Y, cosas de la vida, al poco tiempo de llegar a Paris, con la guitarra que había ganado cantando a Rosalía, compuse mi primera canción sobre un poema de Federico García Lorca: La guitarra. “Arena del Sur caliente que pide camelias blancas”… De Rosalía a Federico. Pero ésa es ya otra historia. O no.

Durante los cinco años que viví en Francia continué leyendo y rondando a Rosalía, además de otros estudios y quereres. En Follas Novas encontré poemas en los que Rosalía se expresaba sin precisión geográfica, de manera más honda, entrañable; con versos impregnados, me parecían a mí, de un dolor existencial, sobre todo en su último libro, En las orillas del Sar. Una poesía intimista: “anque en verdade, ¿qué lle pasará a ún que non sea como se pasase en todo-los demáis?”. También poemas comprometidos con su tierra y con su gente, su alianza con los humildes, sintiendo las desgracias y el dolor ajeno como si fueran propios: “Non pode o poeta prescindir do medio en que vive e da natureza que o rodea, ser alleo a seu tempo e deixar de reproducir, hastra sin pensalo, a eterna e laiada queixa que hoxe eisalan todo-los labios. Por eso iñoro o que haxa no meu libro dos propios pesares ou dos alleos, anque ben podo telos todos por meus, pois os acostumados á desgracia chegan a contar por súas as que afrixen ós demáis”. Si en mi primer disco, Vida e Morte (Paris, 1974), ya incluí Cómo chove miudiño y Un repoludo gaiteiro, la afición y el estudio de aquellos años vividos en el Barrio Latino me animaron a dedicarle el segundo disco, monográfico, Rosalía de Castro (Madrid, 1975). Larga resonancia rosaliana, en 1997 le dediqué un disco sinfónico, Rosas a Rosalía, grabado con la orquesta Real Filharmonía de Galicia dirigida por Maximino Zumalave y con admiradas voces amigas: María del Mar Bonet, María Dolores Pradera, Amélia Muge, Ginesa Ortega, Martirio, Marisa Paredes, Nuria Espert y las Pandereteiras de Baio. Y en 2005 edité con el Círculo de Lectores un tercer disco monográfico, Rosalía siempre, tomando como referencia la grabación de un programa especial de la TVG.

Escribió Juan Ramón Jiménez: «El agua siempre es eterna, pero nunca se repite. Yo llevo mi poesía dentro de mí; es como el árbol que da flores, las mismas flores, tan distintas. Un poema no se acaba nunca, si no se abandona”. Lo mismo sucede con la canción. Ninguna obra puede tener, mientras su autor viva, sino un valor transitorio. Por eso, agotadas las tres ediciones anteriores, decidí elaborar la presente recopilación, con el fin de paliar ese vacío discográfico y con el ánimo de ofrecer una interpretación de Rosalía acorde con mi momento vital. “Ni más nuevo, ni más lejos; más hondo”.

Rosalía llevaba na fronte unha estrela, no bico un cantar. Este álbum de resonancias suyas se inicia con Pra A Habana. No podía ser de otra forma, al darme cuenta ahora de lo determinante que fue aquella estrella de Alar del Rey. La he grabado con mi guitarra y con Cuco Pérez al acordeón, tal como lo hacemos en el concierto escénico A Rosalía de Federico. Desde que nos conocimos a finales de los años setenta en Segovia, su ciudad natal, Cuco ha sido recreador y cómplice esencial en grabaciones y conciertos. Junto a la guitarra, el violonchelo es el instrumento que he sentido más próximo a la voz, y con guitarra y violonchelo grabé mis primeros discos. Siempre he tenido la suerte de cantar con excelentes violonchelistas a mi lado, como Eduardo Gattinoni –el primero en el tiempo–, Carlos Cardinaal, Mariana Cores y Hilary Fielding, quienes suenan en distintos temas de este disco. También he contado con la guitarra elocuente de Josete Ordóñez en Paseniño, Corre o vento y Cando era tempo de inverno.

Y para el tramo final he recuperado y revisado algunas de aquellas rosas sinfónicas que grabé con la Real Filharmonía de Galicia. Así, Nuria Espert enuncia el infortunio de la mujer que se toma A xusticia pola man; Ginesa Ortega pone el desgarro del alma desolada de Rosalía en su morada oscura; en la voz de Marisa Paredes, Adivínase el dulce y perfumado calor primaveral… Las Pandereteiras de Baio repenican os airiños aires, Aló nas tardes serenas… Y Negra Sombra, la inspirada balada que compuso Juan Montes (1840-1899), coetáneo de Rosalía, que forma parte ya del paisaje sonoro de Galicia. Plamen Velev y Alfonso Morán, solistas de la RFG, tocan el violonchelo en Quén non xime? y el contrabajo en Un repoludo gaiteiro. El ingeniero de aquella grabación sinfónica fue Steve Taylor, y ha sido el responsable también ahora de las nuevas grabaciones, mezclas y masterización de esta edición. A todos, muchas gracias.

La poesía es como un mar que le devuelve a los ríos su antigua memoria. Una canción no se acaba de cantar nunca. Seguiremos cantando, “pois se Deus nos deu voz, foi pra cantar!”. Así sea.

 

Pra Habana