Cántico Espiritual (1977)

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Gocémonos, amado


Desde que las Artes se separaron ganando independencia, se quedó la palabra, pensamiento, poesía, sin voz. Encontró la música las liturgias tradicionales y mientras, la palabra encontró la libertad y el camino propio. Y así las obras maestras de la de la poesía no han encontrado ni siquiera aproximadamente la voz a ellas debida, salvo en alguna rara excepción. El esplendor de la ópera es a costa de la pobreza y hasta de la humillación de la palabra poética. 

Antes, en la Grecia Antigua, el pensamiento se cantaba y hasta se enseñaba a leer acompañándose de la lira. Poemas cantados eran los textos fundamentales del pensamiento filosófico -Parménides- en unidad íntima. Y la oración ya en el orbe católico había de ser dicha en alta voz. Y los suspiros y el llanto del éxtasis eucarístico se oían juntamente con el rumor humano de la plazoleta. Y el gorjeo de los pájaros se escuchaba entreverado por el grito de dolor que salva de la angustia. Y así en el Cántico de San Juan de la Cruz cantado por Amancio Prada viene a suceder. Donde se oyen los silencios de la noche de Segovia, de aquella noche única, nacida de la memoria enamorada. El fluir del tiempo transparente donde se da el poema, cima de la poesía en nuestro idioma, cima universal pues. Ni una sola palabra se nos pierde allí donde se da a conocer privilegiadamente en su milagroso presente. No se pierde en la hermosura, no se embriaga en la voz ni un instante. Música y voz no aparecen, pues, añadidas, sino extraídas del poema mismo. Nupcias de palabra y musicalidad. Y algo más inaudible sin duda. Nupcias celebradas allí, en las “subidas cavernas de la piedra”, “al monte y al collado do mana el agua pura”. Alguna gota de esa agua bebida de ese secreto manantial vivifica este canto de Amancio Prada.

María Zambrano