De la mano del aire (1984)
Hijo del alba
La voz de Amancio Prada, que emerge de un lirismo abrasado, te obliga a cerrar los ojos y muy pronto una lejana memoria de cariz renacentista puebla tu luz interior de álamos y vuelo de halcones, de doncellas bordadoras y rumor de monjes miniados. Una alondra canta en el ciprés de la abadía. Cazadores con jubón van detrás de las becadas. Hay corzos vulnerados en las verdes riveras, los arroyos sonoros aún son virginales, las majadas están llenas de largos balidos de silencio y todo huele a heno y pan candeal. ¿Qué tiene este joven tan azul?. Se podría decir lo de siempre, que Amancio Prada es un trovador: Uno lo imagina al pie de las celosías, en las antiguas plazas de piedra o acampado fuera de las murallas en carreta de cómicos de la legua, dentro de una soledad que percuten las esquilas del ganado y los yunques del herrero, aunque tal vez está ahora en el escenario de un teatro abarrotado de público moderno cantando dulces cosas ácratas de García Calvo. Pero da igual. Una letrilla de Lope de Vega lo devuelve enseguida al lugar de origen. Una cántiga galaica, un villancico, una nana o una sonatina de Juan Ramón Jiménez lo recuperan para la imaginación de antaño. La voz de Amancio Prada, ligeramente quemada de mística en la cresta, recita la música, hace manar la melodía de una forma silábica y cristalina. Existe en ella algo de códice, libro de horas o canto de palacio. Este joven del Bierzo, de rostro claro, hijo de agricultores, que fue infantillo de coro eclesiástico y cantante en orquestinas de pueblo,estrenó la modernidad estética en París rodeado de la mitología de Mayo, de donde regresó a la tierra con arreos vaqueros, de una suave rebeldía poseída por la espiritualidad. Desde entonces está investigando con rigor en sacarle el alma, en su tonalidad más pura, al sonido de la memoria culta y popular. Poetas antiguos y modernos han unido sus cadencias a una voz nunca maculada que te obliga a cerrar los ojos. Canta Amancio Prada, vuelan aves aún medievales y el público que abarrota el recital, después de cada canción, sorbe mosto de granada.
Manuel Vicent