Sonetos y canciones de Frederico García Lorca (2004)

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A Mercedes en su vuelo


La composición musical de estos Sonetos y Canciones abarca un amplio periodo que va de 1970 a 2003. Fue La Guitarra la primera canción que hice sobre un poema de García Lorca, tres años antes de grabar mi primer disco. Recuerdo que una amiga común me llevó a casa del músico portugués Luis Cília para presentarnos y que conociera mi trabajo. Cuando me escuchó cantar La Guitarra me preguntó si la música era mía… “Es muy buena”, me dijo. Yo, la verdad, no le había dado importancia. En aquel mi primer año en París no tenía nada claro que pudiera dedicarme en serio a la canción; estaba lleno de dudas, así que aquel comentario de Cília me animó bastante. También me recomendó entonces asistir a clases de armonía y composición con Michel Puig, un compositor de vanguardia con el cual él había estudiado… Le hice caso. No sería hasta casi diez años más tarde cuando compuse la segunda canción lorquiana, sobre uno de los Seis poemas gallegos de Federico, el de la Danza da lúa en Santiago. Un poema onírico en que una madre delirante en su lecho de muerte dialoga con su hija sobre la luna, blanco galán, que baila en la Plaza de la Quintana de Muertos… En esa plaza, pegada a la Catedral, suenan la campana de la Torre Berenguela con un sonido antiguo, sordo, solemne, sobrecogedor… Cuenta las horas como si fueran siglos. Allí precisamente, en ese escenario de piedra en que los siglos pasan como si fuesen horas. Cuántas veces he transitado ese lugar, con qué asombro cada vez. Ahora que todo cambia tanto y tan de prisa, resulta consolador encontrarse un lugar así, que permanece inalterable al tiempo. Compostela es una rosa de piedra. Una rosa donde la lluvia y el tiempo depositan su verde caricia.

Pero fue en 1985 cuando sucedió algo determinante en mi relación musical con la poesía de Federico García Lorca. El Diario ABC publicó por primera vez los Sonetos del amor oscuro. Quedé deslumbrado. Me pareció la poesía más clásica y la más entrañable de Federico. “Amor de mis entrañas, viva muerte”: un Federico enamorado en cuerpo y alma. Una poesía sincera, aunque ya sé que la sinceridad no es un valor poético. Una pasión incontenible y al mismo tiempo contenida en un modelo tan estricto de arquitectura poética. ¿Sonetos del amor oscuro? Para mí, Sonetos de amor, a secas. Viene aquí a cuento la misma advertencia que San Juan de la Cruz hacía en sus Comentarios al Cántico Espiritual, que “los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura para que cada uno se aproveche de ellos según su modo y caudal de espíritu antes que abreviarlos a un solo sentido al que no se acomode todo paladar”… Un San Juan de cuya noche oscura del alma, por cierto, se oyen los ecos en alguno de estos sonetos. Sonetos de un poeta enamorado, pues, de cualquier persona en llama de amor viva. Así que, a la vista de aquel tesoro recién descubierto, sentí el impulso de abordarlo musicalmente para dar cuerpo y contenido a un nuevo disco. Compuse las melodías de los once sonetos durante el verano del 85. Lo hice mentalmente, sin basarme en ningún instrumento musical, tratando de oír su música callada. La música nace del silencio y lo requiere siempre. Al principio temí que la estructura del soneto fuera una dificultad añadida a la hora de dar con la horma musical correspondiente. Pero ocurrió más bien lo contrario: que una vez descubierto el leit motiv de cada poema, en breve sucesión armónica o en la melodía feliz de un verso suelto, el propio desarrollo formal y lógico del discurso poético me iba como dictando la línea melódica y su resolución. Dicen que el canto es la exaltación de la palabra. Lo que he notado es que cuando la música es acertada, el texto cantado adquiere entonces nueva emoción y transparencia: se ilumina. Por esa luz me he guiado siempre. Tuve luego la suerte de contar con la colaboración del concertista Agustín Serrano a la hora de su adaptación y acompañamiento al piano. Fundamental. Así que en 1986 estrenamos los sonetos en el Teatro María Guerrero, sede del Centro Dramático Nacional, con la dirección escénica de Lluís Pasqual. Después, se grabó el disco e iniciamos una gira por numerosos teatros y festivales durante varios años.

Cuando presentamos los Sonetos en el Piccolo Teatro de Milán conocí al hispanista Gabriele Morelli quien me llamó la atención sobre un poema que, según él, estaba pidiendo a voces ser cantado: Gacela del amor desesperado. Me lo recitó de memoria y al oírlo estuve de acuerdo con él. Recuerdo que su música se me apareció de manera espontánea. Como sin querer. No como la de los Sonetos, a alguno de los cuales tuve que darle más de una y más catorce vueltas… En cualquier caso, espero que no se note la dificultad. Porque una obra de arte se nos ha de aparecer como algo natural, como si ya existiera antes de descubrirla. Su hallazgo, su composición, no siempre se produce fácilmente, pero es bueno que lo parezca.

En 1998 se celebró el centenario del nacimiento de Lorca. Un año antes, desde Granada surgió un proyecto conmemorativo: “De Granada a la luna”. Seleccionaron a un grupo de músicos de distinta sensibilidad y a cada uno le encargaron la composición de un poema concreto. A mí me asignaron la Canción de la Mariposa, un texto extraído de la obra de teatro, El maleficio de la mariposa. Esa vez el texto me pareció complicado, difícil de meter en cintura musical… Propuse trabajar sobre otros, pero los mentores del proyecto, José Sánchez- Montes y Mariano Maresca, insistieron en El maleficio. Así que tuve que intentarlo, hasta que la mariposa levantó este vuelo sonoro celebrando su muerte y la belleza.

El pasado verano, cuando empecé a trabajar en la recopilación de este álbum para el Círculo de Lectores, por sugerencia de Joan Tarrida, me puse a repasar la letra de los Sonetos, y fue entonces cuando me encontré con el de A Mercedes en su vuelo. Otro vuelo. Fascinado, lo leí repetidas veces y de pronto me puse a cantar los primeros versos con una música que me pareció salida de una viola de luz… Será que a veces los dioses te regalan la música del primer verso. El resto fue cuestión de un poco de paciencia y ejercicio. Quiero dedicarle esta canción a Carmen Marcos Muñoz quien, poco antes de emprender su último vuelo, me regaló la guitarra romántica (Manuel Gutiérrez, Sevilla, 1841) con que la canto. En su memoria.

Finalmente, pude recuperar tres canciones de Lorca con música de Paco Ibáñez, grabadas hace años y que permanecían inéditas. Son tres joyas que me acompañan desde que se las oí cantar a Paco por primera vez. Decidí incluirlas aquí como signo de admiración y en homenaje a quien ha sido pionero y maestro. A quien hace más de treinta años nos mostró con su canto que la palabra poética es un arma – y una caricia – cargada de futuro.

Amancio Prada, Diciembre 2003

Columna de Luis Artigue en el Diario de León