- Y todos cuantos vagan
- de ti me van mil gracias refiriendo,
- y todos más me llagan,
- y déjame muriendo
- un no sé qué que quedan balbuciendo.
- Mas ¿cómo perseveras,
- ¡oh vida!, no viviendo donde vives,
- y haciendo porque mueras
- las flechas que recibes
- de lo que del Amado en ti concibes?
- ¿Por qué pues has llagado
- aqueste corazón, no le sanaste?
- Y, pues me le has robado,
- ¿por qué así le dejaste,
- y no tomas el robo que robaste?
- Apaga mis enojos,
- pues que ninguno basta a deshacellos,
- y véante mis ojos,
- pues eres lumbre dellos,
- y sólo para ti quiero tenellos.
- ¡Oh cristalina fuente,
- si en esos tus semblantes plateados
- formases de repente
- los ojos deseados
- que tengo en mis entrañas dibujados!
- La Esposa
- Mi Amado, las montañas,
- los valles solitarios nemorosos,
- las ínsulas extrañas,
- los ríos sonorosos,
- el silbo de los aires amorosos,
- La noche sosegada
- en par de los levantes de la aurora,
- la música callada,
- la soledad sonora,
- la cena que recrea y enamora.
-
- Nuestro lecho florido,
- de cuevas de leones enlazado,
- en púrpura tendido,
- de paz edificado,
- de mil escudos de oro coronado.
-
- A zaga de tu huella
- las jóvenes discurren al camino,
- al toque de centella,
- al adobado vino,
- emisiones de bálsamo divino.
- En la interior bodega
- de mi Amado bebí, y cuando salía
- por toda aquesta vega,
- ya cosa no sabía,
- y el ganado perdí que antes seguía.
- Allí me dio su pecho,
- allí me enseñó ciencia muy sabrosa;
- y yo le di de hecho
- a mí, sin dejar cosa:
- allí le prometí de ser su Esposa.
- Mi alma se ha empleado,
- y todo mi caudal en su servicio;
- ya no guardo ganado,
- ni ya tengo otro oficio,
- que ya sólo en amar es mi ejercicio.
- Pues ya si en el ejido
- de hoy más no fuere vista ni hallada,
- diréis que me he perdido;
- que, andando enamorada,
- me hice perdidiza, y fui ganada.
- De flores y esmeraldas,
- en las frescas mañanas escogidas,
- haremos las guirnaldas
- en tu amor florecidas,
- y en un cabello mío entretejidas.
- En solo aquel cabello
- que en mi cuello volar consideraste,
- mirástele en mi cuello,
- y en él preso quedaste,
- y en uno de mis ojos te llagaste.
- Cuando tú me mirabas,
- su gracia en mí tus ojos imprimían;
- por eso me adamabas,
- y en eso merecían
- los míos adorar lo que en ti vían.
- No quieras despreciarme,
- que, si color moreno en mí hallaste,
- ya bien puedes mirarme
- después que me miraste,
- que gracia y hermosura en mí dejaste.
- El Esposo
- La blanca palomica
- al arca con el ramo se ha tornado;
- y ya la tortolica
- al socio deseado
- en las riberas verdes ha hallado.
-
En soledad vivía,
- y en soledad ha puesto ya su nido;
- y en soledad la guía
- a solas su querido,
- también en soledad de amor herido.
- La Esposa
- Gocémonos, Amado,
- y vámonos a ver en tu hermosura
- al monte o al collado
- do mana el agua pura;
- entremos más adentro en la espesura.
- Y luego a las subidas
- cavernas de la piedra nos iremos,
- que están bien escondidas,
- y allí nos entraremos,
- y el mosto de granadas gustaremos.
- Allí me mostrarías
- aquello que mi alma pretendía,
- y luego me darías
- allí, tú, vida mía,
- aquello que me diste el otro día: